La vela y el alma

ojo

Pura casualidad o víctima de una nefasta consecuencia. Frases perversas habitan en mi hasta estos días y la sola certeza de haberlas cobijado en mi alma hace que me revuelque en esta eterna agonía. Solo el tiempo sabrá perdonar mi obstinada existencia. O tal vez agudice está intolerable sensación.
El paso de los días deja rastros pestilentes de un alma que llora por rincones oscuros. Hay una mesa en la mitad de un salón vacío. Un postigo corroido me imita dejándose caer, aunque él se anima a dejar pasar algo de luz. Me siento en cuclillas y le permito que me bañe con su halo. Siento una brisa fresca que me anima a abrir los ojos. Afuera las cosas parecieran tener color. Adentro todo es monocromo y frío.
Puedo ver una hamaca mecerse al ritmo del viento. Quizá hay más almas habitando estos rincones. El chirrido de su vaivén me recuerda al de mis dientes cuando cae la noche y debo enfrentar mi cama helada repleta de recuerdos.
Hubo tiempos de paz. Los recuerdo vagamente. Solía sonreír creyendo que iban a ser eternos. Hoy, sentada en este salón gris, veo la vida a través de vidrios empañados.
Me aseguré de encontrar un lugar en el que los días parecen pasar solitarios y sin sentido. La brisa siempre mece las mismas ramas y las sombras siempre dibujan las mismas figuras. Me agrada esta vista. No me ofrece nada que me pueda tentar a querer volver a salir.
Comienza a caer la noche. Ahora me baña un rayo de luna. Busco algo de pan enmohecido en la alacena desvencijada y arrastro mis cadenas hasta el cuarto contigüo. Dejo caer mi bata al suelo. Puedo sentir el raso helado recorriendo mi cuerpo. Me deslizo en silencio sobre las sábanas abriendo paso entre los libros y dejo que la vida vuelva a adormecerme sin haberle encontrado un sentido.
La noche consume la vela y el alma se apaga con ella.

Verónica Mroczek

Imagen:
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